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Periodismo

LA NOCHE DE CIUDAD JUÁREZ
Puente Internacional PC 51 Paso del Norte. Filas y filas de carros esperan pacientes su turno de pasar al otro lado. 18 pesos automóviles, 7 pesos peatones. Frente a las casetas de cobro, a mitad de la calle, hay una gran cruz hecha con madera de durmientes: singular recordatorio de las muertes impunes de mujeres en Juárez. Cada una de las asesinadas está representada por un clavo de nueve pulgadas clavado sobre un fondo rosa. Hay objetos de uso femenino como bolsas de mano, peinetas, pistolas de aire. A sus pies, un maniquí con los senos destrozados. “Ni una más”, se lee en la parte superior. De los clavos cuelgan etiquetas. Son los nombres de Jessica Morales, Marcela Fernández, Verónica Beltrán, María Irma Plancarte, Eréndira Buendía, entre otras. También las no identificadas. Muchas.-¿Qué es eso, oiga? -se detiene a mi lado una mujer en su carro. Está intrigada por el extraño monumento.Respondo tan sólo:-Las muertas de Juárez.-¿Tantas? -parece desconcertada; mete el acelerador a fondo; se aleja.
La leyenda negra se remonta a principios del siglo XX. El puritanismo protestante hizo que los burdeles, cantinas, casinos y centros de baile de El Paso mudaran sus vicios y pecados al otro lado. Ya desde 1903 Ciudad Juárez contaba con plaza de toros, en 1909 con hipódromo y en 1910 con el Tívoli, un casino con máquinas tragamonedas (de “lotería eléctrica”, como decían entonces). Para 1915 un periodista del Boston Herald la llamó “la ciudad más perversa de América”. En este Montecarlo de segunda, dijo, “viven unos cuantos criminales famosos, pero también se aloja un enjambre de estafadores, falsificadores y pillos de baja estofa. Además de una rara colección de drogadictos y borrachos, en Juárez abundan los soldados ociosos”. Estos soldados provenían de Fort Bliss, quienes cruzaban (y todavía cruzan) la frontera en busca de mujeres y entretenimiento. Para 1918, en virtud de la Ley Seca declarada primero en Texas, y más tarde en todo EUA, Ciudad Juárez representó un muy cercano paraíso para el norteamericano sediento. Tan sólo de 1919 a 1920 más de cuatrocientos mil visitantes disfrutaron de los placeres que ofrecía “la Meca de los criminales y degenerados de ambos lados de la frontera”, como la calificó John W. Dye, el cónsul norteamericano de esos años. El número de garitos y prostíbulos aumentó, así como el contrabando de alcohol y drogas. El propio Dye llegó a decir que “Juárez es el lugar más inmoral, degenerado y perverso que he visto”. Agregaba que ocurrían a diario asesinatos y robos, que se bebía en exceso y que había degeneración sexual. “El moralismo que entonces imperaba en Estados Unidos alimentaba la fama de Ciudad Juárez como un lugar pecaminoso y ésa era la característica que lo hacía tan atractivo para muchos estadounidenses”, como lo apunta Martín González de la Vara, investigador social de la región norte de México. Se dio el caso de una cantina que aprovechó los cambios de cauce del río Bravo para ubicarse en la línea fronteriza y romper la ley dentro de la ley: el cuerpo de los bebedores permanecía en Estados Unidos pero agujeros practicados en la pared del norte permitían que la cabeza asomara al lado mexicano para beber lo prohibido. A Hole in the Wall, como por supuesto se llamaba esta cantina, funcionó también como salón de baile y mantuvo sus puertas (y agujeros) abiertos hasta enero de 1931, cuando las quejas paseñas obligaron a las autoridades juarenses a cerrarlo.
Al igual que a principios del siglo XX, la calle Mariscal (o la “Mariscul”, como le dicen, por lo que ahí se ofrece) continúa siendo parte de la vida nocturna. Se encuentra en pleno centro y corre paralela a Juárez, la calle que desemboca en el puente internacional Paso del Norte. Los bares, los lugares de baile, las prostitutas de ayer y hoy, dan la bienvenida a los visitantes. De noche, la Mariscal es sombría, con aspecto peligroso; la Juárez, en cambio, es luminosa, aparentemente más segura. “Hay entre las dos una especie de división de clases”, informa Miguel Ángel Mendoza, director del Museo Histórico de Ciudad Juárez. “La Juárez, como calle turística, es para clase media, en tanto que la Mariscal es más frecuentada por la clase baja”. El año pasado Mendoza llegó a contar 150 bares instalados en el corredor Mariscal-Juárez. “La infraestructura cultural es casi nula. Se diría que la cultura es un lujo, pero no: es un servicio público al que tenemos derecho”.En los alrededores de la Juárez y la Mariscal la prostitución es abierta, tanto de travestis como de mujeres.-¿Cuánto? -le pregunto a una gorda pintada de rubio, que en realidad es un gordo pintado de rubio. Se acerca al carro, me observa, también a mi amiga, que maneja; el travesti responde alisándose el cabello, contoneándose:-Cuatrocientos, más setenta del cuarto.-¡Cuatrocientos! Si allá atrás me cobran doscientos -reclamo.-Cuatrocientos por los dos -señala L, mi recién conocida amiga. “Jota idiota”, dice ésta, una vez que nos alejamos. En la Duarte y en la Noche Triste también hay travestis, así como en la esquina de María Martínez y Degollado. Damos una vuelta. “Calles de putas y jotos, de cholos (sholos, pronuncia ella) malandros”, espeta mi guía. Se queja: “una vez me echaron (esharon) agua con ácido en la cara”. Ella sabe de la vida nocturna. “No soy de la Mariscal”, se defiende. Le gusta bailar y tomar una copa, conversar. La conocí en un bar. Le pido que me enseñe la noche de Juárez. Acepta sin dudarlo. “¿No te da miedo?” Me refiero a las muertas de Juárez. “Tengo el cabello corto”, responde, como si se tratara de un escudo contra la barbarie del falo. “Por eso me lo corté”. Explica que las mujeres asesinadas tenían el cabello largo. “Y a ti, ¿no te da miedo? ¿Amanecer violado y tirado en Lomas de Poleo?”, dice, refiriéndose a un sitio donde han sido encontrados muchos cadáveres de mujeres. “Tengo el cabello corto”, le digo. Se ríe, y yo también. Salimos abrazados, pero algo me dice que debo andar con cuidado.Entre la Juárez y la Mariscal hay un levante. Dos soldados tienen a tres cholos -camisetas blancas y bandanas- contra la pared y los revisan. Atestigüamos brevemente la escena hasta que otro soldado, surgido de alguna parte de la noche, golpea con sus nudillos el cristal de mi ventana y nos ordena que nos vayamos a la chingada. Rapidito. Lo dicho, debo andar con cuidado.-Hay de todo -dice ella-. De Oaxaca, Veracruz, de aquí mismo, de Ciudad Delicias, de Villa Ahumada -se refiere a las prostitutas. Las encontramos de nuevo en la Francisco Villa, paralela a la Juárez. Éstas sí son mujeres. Nos detenemos a preguntar cuánto:-Doscientos cuarenta con hotel -responde mujer-madura-y-blanca-en-vestido-negro-y-entallado-. Lo menos doscientos. Deme ciento ochenta (oshenta), yo pago el cuarto. Anímese. Media hora. Buen jale.
“Vamos al Noa, Noa”, dice la canción. “Vamos a bailar / este es un lugar de ambiente / donde todo es diferente”. Está ubicado en la calle Juárez. Un antro como cualquier otro a no ser por Juan Gabriel. El cantante de Parácuaro, Michoacán, inició ahí su carrera artística. Hijo de un padre recluido en la Castañeda y de una madre que terminó abandonándolo a su suerte, Alberto Aguilera -su verdadero nombre- llegó a Ciudad Juárez a la miseria y soledad. Fue un niño y un adolescente de la calle. Vivía de los favores de los demás y de vender burritos. Lavaba cristales y ayudaba a las señoras a cargar el mandado que compraban en El Paso. Era amigo de putas. Hay quien dice que él mismo se prostituía. “Vi de todo allá en Juárez”, ha dicho. Meche, una amiga de aquellos años, recuerda la necesidad de cariño del autor de Querida: “Él traía los sentimientos revueltos. Tan chavalón, guapote y ya con eso adentro -daños, pesares-, y quería echarlos en las cantadas”. Su primer nombre artístico fue Adán Luna. Lo cambió porque la Prieta Linda le advirtió: “Si te pones Adán van a decir que no tienes madre”. En 1965, a los quince años, se presentó en un canal de televisión local para cantar “María la bandida” con mariachi. Por aquel entonces se le veía en el Curly´s Bar, el Cucamonga, el Boom-boom , el Malibú y el Noa Noa. “¡Padrísimo cantante!”, se expresó de él su madre adoptiva Esperanza Mc Culley. “Me cautivó”. El Noa Noa es un “antro de mala muerte”, coinciden en señalar los que lo conocen. Lo era y lo sigue siendo. “Yo sin ti no hubiera entrado”, me dice L, la amiga que me acompaña. “Se pucha (pusha) droga, te ven como puta, huele horrible, puro pocho (posho) y sombrerudo feo”, agrega con cara de mi plumaje no es de ésos. Sobre la acera, la letra del Noa Noa y el autógrafo de Juan Gabriel en una placa conmemorativa. En la fachada se anuncia una semana de diversión ininterrumpida: “Lunes para desgastados”. Hay escaparates con ropa y objetos pertenecientes a Juan Gabriel. También fotos: con su hermana Virginia, 1953; con los Monarcas, 1966; en el Boom-boom, 1966; en la ciudad de México, 1970. De esta época data su estadía en Lecumberri. Un año y algunos meses, acusado de robo. Lo ayudó a salir la Prieta Linda. No tengo dinero y En esta primavera datan de un año después. Aparece en Siempre en domingo, y aunque al principio su estilo afeminado es objeto de burlas, termina imponiendo su estilo. Las mujeres lo adoran, pues ven en él al que expresa sus frustraciones frente al macho. Las mejores intérpretes de Juan Gabriel son mujeres: Rocío Durcal y Lupita D´Alessio, por mencionar algunas. Dice el investigador Alfredo Espinosa que “las canciones de José Alfredo son para que el hombre las cante a las mujeres; las de Juan Gabriel, en cambio, son para que las mujeres se las canten a los hombres”. Si a José Alfredo se le había cansado la mano izquierda, a Juan Gabriel terminó por caérsele. No obstante, llegó a presentarse ante los reyes de España como un auténtico representante de la canción bravía. Él sí que le hace a las rancheras: “Por eso aún estoy en el lugar de siempre/ en la misma ciudad y con la misma gente…”El Noa Noa, que en tahitiano significa paraíso, es un lugar remodelado para permitir un mayor número de clientes. “Esa barra no estaba ahí, tampoco la mesa de billar, y llegaba hasta esa pared, no más”, informa L. En la mesa de al lado, unos gringos, uno de ellos como salido de una reservación india y el otro de un destacamento militar sureño en la guerra de secesión, observan con mirada de diez copas y película porno hacia las otras mesas, pero no hacen nada más que beber cerveza. No bailan, no platican entre ellos. “White trash”, espeta ella, con un rencor tan profundo que parecería originarse en la guerra de Texas. Hay hombres solos en espera de mujeres. En la pista de baile, algunas parejas: ellas con sus vestidos escotados y ellos con la mirada en el escote. Toca un grupo norteño, pantalón blanco entallado y camisa roja entallada, botas y sombrero, ¡que interpreta cumbias y merengues! Esta contradicción es parte esencial de la vida en Ciudad Juárez. Aquí conviven el sueño estadounidense y la realidad mexicana, el bar y la maquila, el Club Campestre y la Anapra. El Juan Gabriel que canta a las mujeres y el que funda Semjase, un albergue exclusivo para varones. Tan contradictorio como ese paraíso de nombre tahitiano con su olor a encerrado, a perfume barato, a miados. “Se dice que Juanga bebe sus propios orines”, afirma L convertida de pronto en Origel. “Que dizque para no enfermarse”. Me pregunta si ya vi su casa. Sí, está sobre la avenida 16 de septiembre, otrora la calle más lujosa de la ciudad. Un jardín enorme y la casa como un anticuado elefante blanco estilo art-decó. Hay una calesa en el garage. La leyenda afirma que compró la casa porque su mamá trabajaba ahí como sirvienta.“Orinoterapia”, le digo, pero L no hace caso. “Bailas como chilango”, afirma, en cuanto nos aventamos una cumbia.
Jainear o no jainear. El verbo deriva de honey, cariño en inglés. Es el regionalismo para el término fajar. Acariciarse, abrazarse, cachondearse, echarse un caldo. Las mujeres aquí, además de guapas, son aventadas. Tienen la franqueza norteña. “Somos directas”, dice A, quien agrega: “Si tú me gustas te lo digo. Me gustas. Vamos al grano. Como los hombres se van de braceros tuvimos que volvernos independientes. No somos como las mujeres del sur, que van a la basílica y todo quieren resolverlo con rezos”.
Diez de la noche. Bajo el Palacio Municipal, en el estacionamiento, una mujer grita, se retuerce en el piso. Llora.-Es Gabi -informa un empleado-. Está enferma de sus facultades. Se pelea con “los quemados” -dice, sonrisa de por medio.No dejo de pensar en el lema del municipio: “Juárez mejora su imagen”. El gobierno local desea cambiar la leyenda negra mediante estatuas, exposiciones, un museo urbano, acciones que empequeñecen ante la proliferación de los espacios para la vida nocturna. Ciudad Juárez es neón, cerveza, table dance (aquí le llaman Topless), pirujas, droga, antros, bares, música, centros de baile, picaderos, pandillas, travestis, homosexuales, cantineras, hombres y mujeres que quieren, beber, coger, sobrevivir, divertirse.-Invítame un trago.Es Zulema. Está sentada en mis piernas. Su verdadero nombre: Carmen. Cuando empezó a trabajar -se desnuda en un bar de la Vicente Guerrero- le sugirieron llamarse de otra forma. El gerente le dio dos opciones: Brizna o Zulema. Escogió este último por ¡más creíble! Está triste. Su hombre la dejó por otra. No quiere saber más de hombres, dice, mientras me desliza su mano por la entrepierna y pide que le invite una copa. Se la invito. El mesero se la trae, tequila, cien pesos cuesta, acompañada de la famosa ficha, en este caso anaranjada y hecha de cartón, que guarda en la copa de su bikini. La empresa le paga trescientos pesos por noche, pero necesita que los clientes le inviten un mínimo de diez tragos para ganárselos. Además le tiene que dar dinero a la “nana” (la mujer que cuida sus cosas en el antro) y al d.j., para que le ponga su música cuando baila. Es madre soltera con dos hijos.El lugar está vacío. Así han estado todos los otros sitios que hemos visitado. Erotics, Aristos. Pocos clientes, en realidad. En la pista, una mujer se desnuda al ritmo de música teibolera. Lo hace sin entusiasmo. Es joven y cachonda, a pesar de estar aguada de carnes; tiene un tatuaje en forma de mariposa donde termina su espalda. Pocos le aplauden. Hay un ambiente como muerto.
Jack Dempsey noqueó a seis al hilo en el coliseo Juárez. El año: 1926. La Depresión de 1929 noqueó a la economía de El Paso, y ésta a la de los juarenses. En 1933, cuando se levanta la Ley Seca, el negocio de la vida nocturna experimenta otra de sus caídas. El flujo de visitantes disminuye en un treinta por ciento. Hacia 1934 El Paso Herald Post señalaba que habían desaparecido cientos de cantinas, cabaretuchos y prostíbulos. El Tívoli había cerrado. El Moulin Rouge lo mismo. “Ciudad Juárez ya no tiene centros de vicio”. A partir de 1941, sin embargo, la entrada de Estados Unidos a la segunda guerra mundial marca el crecimiento de Fort Bliss y por ende del número de tropas que buscan entretenerse antes de ser mandadas al frente. Más de diez mil soldados dejan sus dólares cada fin de semana. La ciudad experimenta un nuevo auge. A esto contribuyó el Programa Bracero, instituido en 1942 para aportar mano de obra barata a la economía de guerra al interior de Estados Unidos. Miles de trabajadores migratorios se aglomeraron en los módulos de contratación de la ciudad para documentar su paso al otro lado. Mientras esperaban su turno, gozaban de las bondades nocturnas. Para 1944, se leía en El Universal,Ciudad Juárez volvía a ser “un gran Tívoli, una perenne feria de baja ralea, un centro habitable sólo por gente de vicio o amante del dinero venga éste como venga”. Se abrieron casas de apuestas y también los servicios de divorcios al vapor, tan famosos en su tiempo como ahora los matrimonios rápidos de Las Vegas. Entre 1945 a 1960 ahí se divorciaron figuras como Marilyn Monroe, Anthony Quinn y Lauren Bacall. La guerra de Corea y la de Vietnam también aportaron su dosis de soldados en los antros juarenses. No es sino hasta 1964, cuando se decreta el fin del Programa Bracero, que se implanta una nueva manera de entender la noche en la ciudad. Se crea el Programa Industrial Fronterizo, que daba amplias concesiones fiscales para que inversionistas foráneos instalaran fábricas a lo largo de la frontera. Surge así la industria maquiladora. En 1966 se instalan las primeras fábricas. Para 1970 Ciudad Juárez contaba con 22 plantas y en 1976 con 89. En la actualidad la maquila constituye el eje fundamental de la economía (oficial) juarense (el otro, no oficial, sería el narcotráfico). Hay maquiladoras por doquier. Más de trescientas.“Los bares no han crecido en la proporción de las maquiladoras”, señala el escritor Willivaldo Delgadillo. “La vida nocturna se ha restringido. No se puede comprar licor después de las ocho de la noche y los centros nocturnos cierran a la una de la mañana. Estas medidas son para que la mano de obra esté lista para trabajar al día siguiente, no por la violencia que se le atribuye a la vida nocturna. La vida nocturna nunca generó tanta violencia como la hay ahora con la maquila y el auge del narcotráfico. Se quiere relacionar a la noche con el narco, pero son cosas diferentes. El narco opera todo el tiempo, auspiciado no tanto por los noctámbulos sino por los criminales de cuello blanco. Las maquiladoras son una realidad social que también genera condiciones de convivencia violenta”.Willivaldo Delgadillo (1960) es novelista, La virgen del barrio árabe, e investigador, La mirada desenterrada: Juárez-El Paso vistos por el cine. Considera a Ciudad Juárez como una urbe nutrida de la experiencia diversa del migrante. “Es un sitio de oportunidades donde la gente viene y hay trabajo, donde la gente se reinventa”. Advierte sin embargo sobre la violencia implícita en la ciudad, producto del narcotráfico, la especulación de terrenos urbanos, la falta de una infraestructura social, económica y cultural que mejore la vida de sus habitantes, la desintegración familiar y la explotación de sus trabajadores por parte de la maquila. “Las maquiladoras son lugares bonitos pero la vida de los trabajadores no lo es. Su labor es sumamente desgastante. Tienen sueldos muy bajos y viven en condiciones bastante deplorables. La gente, en efecto, mejora la vida que tenían en sus lugares de origen. Pero esto nos habla no de las bondades de Ciudad Juárez sino de las condiciones de pobreza del país”.
Es 8 de mayo, aniversario de la toma de Ciudad Juárez por parte de las tropas maderistas.-Juárez se toma todos los días -dice el Willy Delgadillo. Creció en el centro de la ciudad. Su abuelo le hacía botas a Tom Mix. Apasionado del cine y la fotografía, informa que fue en Ciudad Juárez donde probablemente se filmó la primer película en la historia de México (una corrida de toros) y que, cuando murió Rodolfo Valentino, su cadáver fue llevado de Nueva York a Los Ángeles con una escala en El Paso. Delgadillo se ha encargado de rescatar la iconografía de una ciudad cuya importancia histórica ha sido opacada por sus leyendas negras. Es autor de los textos de la exposición Las luces de la batalla, así como del guión del cortometraje del mismo nombre, donde se muestran imágenes de 1911 obtenidas durante el asalto revolucionario que acabó con la dictadura porfirista. La exposición se exhibe en el Museo Urbano de Ciudad Juárez, con módulos informativos y fotográficos distribuidos en varios puntos del centro, en tanto que el cortometraje se proyecta esa misma noche del ocho de mayo en el Museo Histórico de Ciudad Juárez. Casa llena: la intelligentsia juarense, más diversos funcionarios públicos, reunidos para atestiguar un original esfuerzo colectivo donde se mezclan fotografías antiguas con imágenes modernas, y donde el actor que representa a los fotógrafos que cubrieron la toma de la ciudad, se transforma de protagonista de ficción en la pantalla en un personaje que termina apareciendo en la vida real frente a nosotros, en una hábil propuesta escénica que despierta el asombro y el aplauso del público.El presidente municipal, Jesús Alfredo Delgado, panista, se niega a leer el discurso que lleva preparado y se deja llevar -buen improvisador- por el gusto de ver el cortometraje. Promete, ante los reclamos que ha recibido, seguir apoyando la cultura en Ciudad Juárez, “esta ciudad que tanto necesita símbolos de identidad y arraigo”. Procede a hacer la inauguración del Museo Urbano. Mientras lo hace, camino al antiguo palacio municipal, donde habrá un recital de música popular mexicana y un coctel para la intelligentsia, un grupo de muchachas sigue a la comitiva oficial y le gritan:“¡Señor presidente, exigimos justicia para las mujeres juarenses asesinadas!”¿Tantas? Me acerco a ellas, una vez instaladas en la Plaza de los Fundadores, frente al exedificio de gobierno. El mariachi Continental, sobre un templete, interpreta El rey. ¿Por qué gritan?, les pregunto. Sus voces se arremolinan: “porque dijo que ofrecía la paz/ porque cuando vino el FBI no le dieron las investigaciones/ porque el mismo gobierno sabe quiénes son/ porque queremos seguridad…” Son estudiantes de la licenciatura en intervención educativa de la Universidad Pedagógica Nacional. Tienen entre 18 y 21 años. Le pido que hable de una en una. A ver, tú:-Siguen los casos de mujeres asesinadas…-Nosotros, como mujeres y estudiantes -la interrumpe una de sus compañeras-, queremos seguridad.-Es que de nada nos sirve que haya exposiciones -reclama otra- ¡si no podemos salir a verlas!-Que dejen de culpar a gente inocente para dejarnos satisfechas (satisfeshas).Una de ellas sugiere que el 6 de julio la gente no vote, que crucen todas las boletas electorales con la frase: “Dignidad y seguridad para las mujeres”. Otra afirma, más que contundente, enojada:-Somos vulnerables porque somos humildes.-Lo que sucede es que somos pobres. Si encontraran violada y asesinada a una mujer de la alta, el caso se resolvería así de rápido -chasquea los dedos.
Los de “la alta” van a lugares de moda como Arriba Chihuahua, Frida´s, Hooligans. “Me invitaron al Hooligans pero me choca (shoca) escuchar cuando alguien presume del BMW que le compró su papá”, se enfada L, mi amiga, mi guía. Tiene una rebeldía natural que me gusta. No se cuece al primer hervor. Chamucos, el primer bar que conocí en la noche juarense, tampoco le gusta. Está en la zona del PRONAF. Es más bien clasemediero, “para jóvenes de ambas fronteras, principalmente universitarios”, y donde “se puede hacer y deshacer de todo”, como dice un recorte de peródico. Es un video-bar ruidoso. Fresa, me parece. Un payaso vende Bob Esponjas hechos con globos, qué tierno. En las escaleras de entrada se lee: “Es de buena suerte besarse en el quinto escalón, y más si está acompañada de su panzón”. Es miércoles y el lugar se llena. Se escucha una canción: “Yo soy el que se hace chiquito a veces y tú me das miedo”. Hay muchas mesas con mujeres solas. No es casual. Juárez es una ciudad de mujeres. Ahí se lleva a cabo lo que los sociólogos denominan “la feminización de los espacios públicos”. Son mujeres guapas, atractivas, al parecer más independientes, menos agobiadas por los roles tradicionales, aunque de todas formas terminan sufriendo otras formas de dominación masculina. Mujeres con una tradición familiar de hombres ausentes que se han ido a Estados Unidos, y mujeres que desplazan al hombre en ser las proveedoras de las necesidades del hogar. La maquila contribuyó enormemente a esto último. Al considerar que la mujer es más productiva, las maquiladoras utilizan mayormente mano de obra femenina. Son mujeres sobre las que recae la proverbial doble jornada de trabajo: obreras y madres y amas de casa, todo al mismo tiempo. Muchas de ellas provienen de otros lugares de la República, lo que provoca un fuerte sentimiento de desarraigo. Reciben salarios muy bajos, lo que las imposibilita a tener mejores condiciones de vida. Trabajan bajo parámetros de producción muy exigentes que provocan fuertes presiones laborales, personales y familiares. No hay ventanas en las plantas maquiladoras. Las obreras sólo cuentan con cinco minutos de tiempo libre al día, que utilizan para ir al baño. Están sujetas a hostigamiento sexual por parte de sus supervisores. No tienen ningún tipo de seguridad en cuanto a su permanencia en el trabajo. Su labor es monótona, sin sentido. Víctor Bartoli, en su novela Mujer alabastrina, que cuenta la historia de un grupo de mujeres trabajadoras en Ciudad Juárez, describe la primera orden que recibe una de ellas a su llegada a la maquiladora: “Tú te vas a pegar estos alambritos con soldadura”. Las obreras estaban, dice, “de pie todo el santo día, apretando un tornillo idéntico, en maquiladora distinta”. Novela y todo, en esta obra se da un fiel retrato al interior del mundo femenino enfrentado al mundo de la maquila: “Es una chinga tener que levantarse todos los días a las cinco de la mañana; pelearse por alcanzar un lugarcito en la rutera (el camión) para poder llegar a tiempo; esperarse hasta las once de la mañana para tragar algo, aunque te gruñen las tripas; aguantarse el olor a puritito azufre todo el santo día, porque las herramientas conque trabajas queman una cosa que así huele; desesperarse por el chingado ruido que retumba en los oídos y casi te los hace sangrar”. Todo esto, aunado con las condiciones de pobreza y marginación en que estas mujeres viven, provoca un fenómeno muy particular que consiste en “ir los fines de semana a divertirse a los centros nocturnos, como una forma de olvidarse de la rutina, de escaparse del ambiente opresivo y de presión constante de las fábricas”, como señala Jorge Balderas en su libro Mujeres, antros y estigmas en la noche juarense. Agrega que “la noche es, para las trabajadoras de la maquila, el espacio de la transgresión”, que la llegada del fin de semana representa una posibilidad de recobrar su identidad a través del disfrute extremo de su tiempo libre. La noche les permite lo que la realidad laboral les niega: ser ellas mismas.El Cid, en lo que ahora es el Salón México, en 16 de septiembre, el Place, el Omar´s, la Cervecería, el Fiesta, el Hawaiian Club (con Andrew, su cantante afeminado), al que van las protagonistas de Mujer alabastrina, y El Sinaloense, en la avenida Juárez, son algunos de los lugares emblemáticos de la noche juarense y la maquila. Antiguamente, el Malibú era uno de los más concurridos. Tanto así, que recibía el nombre de Maquilú. Otros bares representativos han ido cerrando sus puertas o mudando de razón social, como el Black Jack, “la catedral del rock”, y el Cosmos, considerado como “fresa”. En la actualidad la vida nocturna de la mujer maquiladora se encuentra no sólo en el centro sino dispersa a todo lo largo de la ciudad, especialmente en la zona conocida como Juárez nuevo. El Bandoleros es uno de los lugares que continúan de moda. Está ubicado en la carretera panamericana, en medio muy sintomáticamente de dos moteles y en los terrenos que antes pertenecían a un autocinema. Al entrar se nos marca en la mano el dibujo de una pistola fosforescente. Está ambientado al estilo viejo oeste: un pueblo con todo y su oficina del sheriff, hotel, corrales y cárcel pintado en luminosos tonos anaranjados en las paredes. El atuendo de los asistentes sobresale por el estilo chero, como le llaman: sombrero y botas, camisa vaquera y pantalón de mezclilla. Se interpreta música grupera, pero también cumbias y salsas. La pista de baile semeja un hipódromo: las parejas se desplazan dando vueltas al óvalo de la pista lo mismo para bailar una quebradita que música tropical. Hay muchas mujeres solas. Muchas de ellas muy guapas. Hay una linda vaquerita vestida de blanco que se sube a bailar a la barra. Hay asientos dispuestos alrededor de la pista de baile, como si se asistiera a un rodeo. No se me hace cara la bebida: cincuenta pesos por un cubetazo de diez ampolletas de cerveza (minutos antes, en un table de la avenida Juan Gabriel, me cobraron sesentaicinco por dos tecates). Ahí, en el Bandoleros, encuentro a L. Está sola y bebe un tequila sunrise. Le pregunto si trabaja en la maquila. “Trabajaba”, dice, dándole un sorbo a su trago. “En la UTA, en la de arneses”. Recuerda una vez que le preguntó al gerente la manera de seleccionar al personal y éste dijo: “si respira, la contratamos”. La renunciaron porque su jefe “quería que le pasara quebrada”. Traducción: quería acostarse con ella. “Me agarró las piernas y lo casheteé. Quedó grabado en la cámara y no pudieron hacerme nada. Pero me la sentenció. Al día siguiente me pusieron piezas en mi locker; me acusaron de robo. Esta vez no lo captó ninguna cámara. Me corrieron. ‘Te dije que lo ibas a pagar, que tenías que ser mía’, me dijo el asqueroso ése”.
En 1986 el gobernador Fernando Baeza, priísta, limitó el horario de los centros nocturnos. De lunes a domingo hasta la una de la mañana y viernes y sábado hasta las dos. La venta de bebidas alcohólicas en establecimientos comerciales también se restringió: a las ocho y nueve, respectivamente. A su llegada a la gubernatura del estado Patricio Martínez, también priísta, refrendó esa medida. Dijo: “Quiero que Ciudad Juárez se vaya a dormir temprano”. Si no han podido detener el narcotráfico, que tiene todo el peso de la ley en su contra, ¿cómo van a detener el deseo de divertirse de la gente de trabaja?, como se pregunta una de las maquileras entrevistadas por Jorge Balderas para su libro sobre las mujeres y la noche juarense: “¿En qué están pensando cuando ponen esas prohibiciones?” Estas medidas han provocado un problema mucho más peligroso: el de la prostitución y la venta clandestina de licores. Si uno quiere beber, uno bebe en Ciudad Juárez, a pesar de los límites impuestos. Si uno quiere drogarse, también. No es un secreto: el narcotráfico está presente en la vida cotidiana, lo mismo en las noticias, en el tráfico ilegal solapado por las autoridades, las en charlas, en las canciones, en una iconografía característica -hebillas de cinturón con una hoja de mariguana, cachas de pistola hechas de plata, trocas con vidrios polarizados-, en señalamientos específicos -es barrio de narcos, es auto de narcos, es casa de narcos, es bar de narcos-, y en la convicción generalizada de la facilidad que hay en la ciudad para conseguir droga. No son sólo los famosos picaderos, que se multiplican por todos los barrios, sino la venta clandestina en antros y en la calle.-La droga es como las tiendas Río -escucho decirle a L, una alusión al lema publicitario de una cadena de establecimientos de autoservicio-: “siempre hay una en tu camino”.
“Ciudad Juárez es, en promedio nacional, la ciudad con el mejor estándar de vida en TODO México, esto en cuanto a salarios, poder de compra, movimiento de capital y otras variables económicas”, se lee en un texto denominado “Los diez puntos de Ciudad Juárez”, distribuido a través de internet para contribuir a borrar la leyenda negra de la urbe. ¿El mejor estándar de vida? Basta pasear por las colonias del poniente de la ciudad para saber que no es cierto. El panorama es triste, desolador. “Shulada de país”, ironiza Julián Cardona, fotógrafo mundialmente conocido por sus imágenes de Juárez, su ciudad natal. “Aquí están los resultados de la globalización”. En su jeep transitamos por barrios marginales, pobres, en verdad míseros. Abundan los yonkes, o tiraderos de chatarra automotriz, que son como una metáfora de nuestro destino nacional enfrentado al TLC: allá del otro lado los autos nuevos y de éste los que ya no quieren allá, las migajas, lo que alguna vez alguien más estrenó, el desperdicio, el residuo, el reciclado. Desde lo alto de una de las lomas contemplamos una escena cercana a lo apocalíptico: el desierto que es nada y un enorme tiradero de basura en una barranca. Hay swástikas pintadas en la roca, sobre el toldo de un automóvil abandonado, lo que nos advierte que estamos en el territorio de la banda de los nazis. En Ciudad Juárez proliferan las bandas. Los K-13, los labio seco, los barriodíaz. Más de doscientas bandas, dicen, que se disputan el mini-tráfico de drogas.“Nos fuetean”, dice un muchacho al que le hacemos conversación en la calle. Es flaco y come de una bolsita de papas fritas. Nos rodean casas en inacabable obra negra, casuchas hechas con cartón, cuchitriles a los que alcanza la mercadotecnia (”llévese sus muebles tipo INFONAVIT”), una aldea global construida con pallets: los soportes de madera utilizados para el transporte de mercancía, material de desecho de las maquiladoras. Vivimos de reciclar lo que otros tiran. La erosión se detiene con llantas. La arena lo penetra todo, el sol, la pobreza, el alma. Pienso para mí: “la miseria es la verdadera arma de destrucción masiva”. Más adelante es peor. La Anapra, una colonia símbolo del crecimiento anárquico de la ciudad, de la especulación de terrenos y de la falta de salarios decentes. ¿El mejor estándar de vida? Sí, allá enfrente, en Sunland, un elegante barrio residencial estadounidense. Acá de este lado, en esta chulada de país que es México, es la marginación, lo desértico, la pobreza extrema, las existencias condenadas, la desolación, la desesperanza, el vacío. Chingar. Estoy encabronado y triste. Me encabrona mi país, me entristece mi país. “Aquí en la frontera se juega el destino de México. Marcos no es nada comparado con esto. Esto es el laboratorio de lo que nos espera”, afirma Julián, encabronándome y entristeciéndome aún más, pensando en que la historia no nos pertenece, en que el destino nuestro se firma y se condena en las mesas de negociación binacional, en que no me gusta nuestro futuro de país endeudado, subdesarrollado, maquilador. En esa zona del poniente viven la mayor parte de las maquileras. Me las imagino saliendo o regresando a sus casas de madrugada, tras el trabajo de toda la semana o tras el esperado viernes de diversión. Me imagino el miedo de deambular por esos parajes, el horror de sentir la presencia depredadora del hombre, la violación y los golpes, la posibilidad de aumentar el número de asesinatos impunes. Chulada de país. El jeep sube unas dunas y en lo alto ocho cruces rosas nos reciben. ¿Tantas? Estamos en Lomas de Poleo. El desierto despojado de todo romanticismo. El desierto como sinónimo de pobreza. Los marginados que cómo sobreviven en ese entorno. La mirada triste de esa mujer que arrastra los pies en la arena (quizá porque no le han dicho que su estándar de vida es alto), los descubrimientos de mujeres asesinadas, la certidumbre de que si es feo morirse, más feo ha de ser que lo maten y lo tiren a uno en ese sitio. Carajo, qué solos se quedan los muertos.
Se culpa a la noche juarense. Se culpa a las mujeres de provocar la violación y el asesinato por vestirse provocativamente. ¿Qué andaba haciendo a las tres de la mañana fuera de su casa? Se minimiza el hecho (¡300 mujeres asesinadas en diez años! ¿tantas? ¡si en Baltimore se registraron 256 asesinatos tan sólo en 2001 y en Filadelfia 309 en 2002!). Se recorta el horario de la vida nocturna como paliativo victoriano. Se da la espalda al verdadero problema.Las muertas de Juárez son víctimas de un asesino llamado globalización, desintegración familiar, narcotráfico, canciones apologéticas del machismo, desinterés oficial, maquiladoras, noche juarense, espacio fronterizo, marginación, corrupción, enormes intereses económicos que benefician a unos cuantos, políticas neoliberales y entreguistas, falta de educación, patriarquías que le meten freno al cambio, ausencia de solidaridad de género, oídos sordos de las autoridades locales, estatales y nacionales, capitalismo salvaje, estereotipos masculinos y femeninos, explotación laboral, negocios redondos de una élite largamente favorecida, falta de infraestructura social adecuada, hijos no planificados, matrimonios y relaciones disfuncionales, salarios bajísimos, violencia sexual, desinterés colectivo, opresión de una clase a otra, de un género a otro, de un país a otro. Se puede capturar a cuanto asesino se quiera, especular si son dos sicarios o cuarenta, si se trata de ritos satánicos, si son los ruteros, si fue el Árabe, si son extranjeros para calmar nuestra xenofobia, si son chavos bandas violadores, heroinómanos cuando les da malilla, pero lo cierto es que, de no resolverse la pobreza, la explotación, la marginación, el terrible contraste entre la riqueza no repartida de muy pocos y la miseria de una inmensa mayoría, o entre la voracidad de las maquiladoras y el hambre de sus trabajadoras, o entre la indiferencia oficial y la terrible realidad cotidiana de muchas trabajadoras, las mujeres asesinadas continuarán apareciendo en Lomas de Poleo, en Lote Bravo, en las recámaras de los hogares, en cualquier lote baldío.
Son las dos de la mañana. Atrás quedó el Safari con Sandra y su medalla de la virgen de Guadalupe, mujer guapísima que prefiere escuchar el piropo procaz a los versos de Salomón: “Tu ombligo, cáliz al que nunca le falta el licor”. Atrás el Aristos y la bella Carmen, mujer madura, diosa de mi fetiche por los zapatos y los pies bonitos, con su generosa sensualidad. Las dos son cantineras. Una variante norteña o juarense, lo ignoro, que me gusta. La barra alrededor de la cantina, y detrás de la barra, ellas, atendiéndote y haciéndote conversación. En el Aristos, un espejo permite admirar sus piernas. Atrás el Erotics, un table, con su teibolera de Ciudad Delicias, una delicia. Bailaba desnuda al ritmo de María Conchita Alonso: “Una noche de copas, una noche loca…” La noche de Juárez y sus placeres. Una noche que se acaba. Los bares están vacíos. Las cantineras aburridas. Tengo la sensación de haber llegado tarde, de que la diversión pasó hace mucho. Hay algo como detenido en el tiempo en la ciudad y en los bares que alguna vez hicieron historia. La Vicente Guerrero ya no es lo que fue. Atrás el esplendor y la gloria, el oropel de antaño. Son las dos de la mañana. Quiero continuar la parranda y lo único que me resta es comerme un burrito de chicharrón prensado o tomarme un café y un bizcocho en La nueva central y sus viejitos.

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